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Mi oficio es vivir

Salvador Hernández Vélez 

A Rulfo le gustaba en todo, liar un poco 

Juan Rulfo, solo necesitó dos libros para legarnos su arte de narrar. En el aniversario del centenario de su nacimiento (16 de mayo de 1917), la Universidad Pedagógica Nacional, de Saltillo, organizó un panel para charlar sobre la aportación literaria de este gran escritor. Para hablar de la obra de Rulfo, es necesario conocer sobre su vida, esto es, estar al tanto de su personalidad en todos sus matices, como enamorado, como ser social, y, sobre todo, como escritor. Ante el deceso de su papá se sumergió en los libros, de esa manera superó el duelo. Leyendo reconstruyó su vida. Desde entonces los libros lo acompañaron siempre, fue un lector empeñado. Alternaba la cotidianidad de su trabajo, indispensable para subsistir, con la lectura y la escritura, y además con el alpinismo. Simpre fue un excelso observador de la naturaleza y de la vida de las personas. Las escaneaba. 

Rulfo nunca consideró la escritura como un trabajo profesional, no se propuso lucrar con el oficio de escritor. Decía que para él “… el único oficio es el de vivir”. Conciliar el trabajo creador literario con la sobrevivencia cotidiana fue un reto que enfrentaba a diario. Entre vivir la vida y contar la vida hay que ganarse la vida, él siempre se ganó la vida, sus diferentes trabajos así lo muestran. Sus empleos en cambio le proporcionaron muchas horas libres para escribir y le permitieron menos privaciones, tenía para asistir regularmente a los conciertos de la Sinfónica Nacional y para comprar muchos libros. Entre 1955 y 1963 ejerció muy diversas actividades. Sus biógrafos dicen que la lectura determinó en gran medida su vida, era habitual que el amanecer lo sorprendiera devorando libros. Rulfo llevó una vida sin sosiego, los libros le ayudaron a mitigarla. También emprendía largas caminatas, lo que le permitía conciliar la creación con la sobrevivencia. Nunca fue a la Universidad, estudiaba por su cuenta, era autodidacta. Dicen que le gustaba en todo, liar un poco. 

Del análisis de su libro de cuentos El Llano en llamas y de su novela Pedro Páramo, Françoise Perus asegura que el escritor jalisciense, “no hizo literatura”, creó literariamente, lo que es una cosa distinta”, y agrega: “Rulfo no fue un escritor improvisado y su arte narrativo es absolutamente pensado en todas sus dimensiones e implicaciones”. Era una persona sumamente cultivada. 

En la actualidad al releer la obra de Rulfo, para poder apropiarnos de ella, debemos hacerlo de modo diferente, porque nuestras preocupaciones y horizontes de reflexión son otros. La obra de este gran literato latinoamericano es un reflejo del mundo rural de la primera mitad del siglo XX, y aunque en muchas comunidades rurales esa realidad no ha cambiado,  la redes sociales si han cambiado los comportamientos de sus habitantes. 

Rulfo lo que leyó y observó, se lo apropió creativamente dimensionandolo en el tiempo, de ello la vigencia de su obra, muy ligada con la vida, incluso la actual,  y con su propia forma para restablecer esa conexión con la vida. Al transitar sus páramos, pone la mirada perdida en un horizonte de tierra, de polvo, de nada, sin embargo a partir de ello crea. Crea a partir del páramo. Para mi, Rulfo retrata mágicamente la gente de nuestras comunidades semidesérticas, sobre todo de la que se queda a vivir a pesar de que no visualizan futuro. Pero también en sus cuentos y novela, plasma a los que abandonan esas comunidades, como sostenidas en el tiempo. 

La primera vez que leí a Rulfo, hace medio siglo, fue cuando estaba cursando la preparatoria, ya vivía en la ciudad, en Torreón, estudiaba en la PVC, ¡oh, sorpresa! Rulfo me trasladó al pueblo mismo donde estudié la primaria, me sorprendió sobremanera como retrataba a los vecinos y a la comunidad en la que viví de niño. Hace unos pocos años, me encontré con la literatura de Herta Müller, premio nobel de literatura en 2009, en sus libros  refleja genialmente la vida de las comunidades donde vivió de pequeña. Y me volví a remitir, de otra manera a Rulfo. 

Residí en Acacio, Durango, un pueblo, como los que describe Rulfo, ahí el polvo se levanta al paso de un montón de chivas, se queda estacionado, un rato, en el aire. También me asombra el lenguaje que utiliza Rulfo, es muy de pueblo, como en el que viví. Sin duda la lectura de la obra de Rulfo, es imaginación, de ninguna forma es consumo.

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