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“…es que yo trabajo”

Salvador Hernández Vélez

Solo un hombre de provincia, con una atención desmedida por su entorno, enraizado hasta la médula a las esencias mismas de la tierra, consiguió descifrar los cuchicheos rutinarios en pura escritura.

Juan Rulfo visualizó el mundo a través de las ventanillas del auto en el que viajaba. Para poder observar el camino colocaba “los ojos a medias en el horizonte y a medias en el camino”, de esa forma lo veía a detalle y sacaba sus conclusiones. Como dice Cristina Rivera  en su libro Había mucha neblina o humo o no sé qué, en sus recorridos por las carreteras de las llanuras semidesérticas del norte del país, cavilaba sobre “… La plática que tendrán los órganos con las puntiagudas hojas de los mezquites o el tronco del ocotillo. La gobernadora. La lechuguilla”. Y agrega: “El mundo es otro a través de las ventanillas. El mundo, así, tiene un marco. Un lindero. Una zona franca y otra, desconocida, que avanza. El mundo es una sucesión de rápidos fantasmas”.

La autora tamaulipeca ofrece un trabajo minucioso llevado a cabo en archivos, textos, librerías, y además en muchos de los lugares en los que estuvo Rulfo. Realizó una especie de reconstrucción de los sitios que visitó del literato. Leyó y releyó con mucha atención cada párrafo de los textos del autor jalisciense y reconstruyó así su vida a detalle, esto es, se metió en la obra a través de la persona. A diferencia de las películas o de las telenovelas en donde uno nunca sabe de qué viven los protagonistas, Rivera deja en claro, que para que un autor viva como tal, precisa, antes, vivir de otras cosas.  Rulfo trabajó en una llantera antes de escribir sus dos grandes libros. Después se refugió en una comisión para el desarrollo del Papaloapan.

Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno nació en 1917, en Apulco, una pequeña localidad de Jalisco, el estado de la provincia mexicana. Ahí se convirtió en huérfano a una edad temprana. Rivera Garza escudriñó las condiciones materiales que hicieron posible que un hombre nacido en la segunda década del siglo XX, en la provincia mexicana pudiera ganarse la vida para escribir. Como dijera Ricardo Piglia, “entre vivir la vida y contar la vida hay que ganarse la vida”.

Para vivir, Rulfo desarrolló distintos empleos en la creciente burocracia mexicana del siglo pasado, primero como oficial de quinta en la Secretaría de Gobernación, después como archivista e, incluso, como taquígrafo en la Dirección General de Población. Por su trabajo empezó a viajar por el país costumbre que no abandonaría hasta muy tarde en su vida. Se volvió coleccionista de carreteras. Hombre sentado y quieto detrás de las ventanillas, dentro de su cabeza. Recorrió como agente de ventas la ruta de la “Carrera panamericana”.

Como alpinista también se aventuró en viajes frecuentes, a los volcanes cercanos de la Ciudad de México: Ajusco, Popocatépetl y Nevado de Toluca. Exploró también el Iztaccíhuatl, el Pico de Orizaba y el Zempoaltépetl, la montaña sagrada de las comunidades mixes de Oaxaca. Era feliz al aire libre. Disfrutaba estar en la punta de los cerros. Y estaba convencido que en la montaña no hay soledad.

También la autora tamaulipeca se preguntó: ¿Cómo pudo un hombre de provincias, de poco menos de cuarenta años, casado y con hijos, que había desempeñado, además oficios tan variados como el de oficial de inmigración y agente de viajes para una compañía de neumáticos, componer un universo de escritura y de lectura tan lejano a la tradición imperante?

Rivera nos ofrece en su libro la siguiente contestación: “Acaso la respuesta a esta interrogante se encuentre en la pregunta misma: únicamente un hombre nacido lejos de la Ciudad de México, solo de manera tangencial vinculado con los círculos literarios de la época, habituado a leer con avidez tanto dentro como fuera de los cánones establecidos, y con una rica y muy privada vida personal, pudo haber transgredido, sin afán principista alguno, los gestos automáticos de la literatura circundante y haber puesto de manifiesto una versión resumida”.

Rulfo también fue editor, que en cierta forma es otra forma de publicar. Y por otra parte encauzó sus energías en el ejercicio de la fotografía, y tuvo sus incursiones en el cine. Y viajó mucho por el país. Todo, en plan de trabajo. Como el mismo lo expresó: “lo que pasa es que yo trabajo”.

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