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Al toro por los cuernos.

Lo que en las últimas semanas y más en los días recientes ha ocurrido en la ciudad de Saltillo en materia de inseguridad pública, es una pesadilla que ya hemos tenido que padecer en la mayoría de las principales ciudades del país. Aunque eso no es ninguna excusa para que los gobiernos -de la mano de los ciudadanos-, no combatan a brazo partido el problema de la inseguridad que tanto lacera a nuestra gente.

En la Comarca Lagunera sabemos lo que es eso, y por ello abrazamos con mucho cariño a nuestros hermanos saltillenses, como también a los nigropetenses que vivieron un día de terror el martes 6 de marzo, y a todos nuestros hermanos de los distintos municipios de Coahuila que por más grandes o chicas que sea sus ciudades, no hace menos la angustia que nos hace presas al escuchar el repetido vómito de fuego de las armas de grueso calibre, y el estruendo de los artefactos explosivos como las granadas o bombas hechizas.

En La Laguna -‘el único foco rojo de violencia en Coahuila’, según se empeñaron en sostener durante mucho tiempo las autoridades encargadas de la seguridad en el Estado-, cerramos el año 2009 con la escalofriante cifra de alrededor de 500 muertes violentas –en promedio 1.36 diarias-, producto de enfrentamientos entre grupos armados o de éstos con elementos de corporaciones municipales, estatales o federales; ejecutados, decapitados, destazados, colgados; por ajusticiamiento de cuentas y hasta ‘daños colaterales’.

Al año siguiente, 2010, se cerró con 745 muertes violentas –promedio de 2.04 por día-, encuadradas dentro del esquema antes mencionado. El año pasado, 2011, al arrancar la última hoja al calendario, cerramos la suma en mil 018 muertes violentas –promedio de 2.78 por día-.
Durante el mes de febrero de este año tuvimos un periodo de 10 días, entre el viernes 3 y el lunes 13 en el que las cifras fueron escalofriantemente sangrientas, porque se acumularon 54 muertes violentas ¡5.4 por día en promedio!

Sólo entre la noche del viernes 3 y la tarde del lunes 6, la cuenta iba en 24 ejecuciones, y al siguiente fin de semana, es decir durante la noche del viernes 10 y la tarde del lunes 13 otras 21 personas perdieron la vida en esas circunstancias.
Por una extraña y rara coincidencia durante el fin de semana del domingo 11 de marzo que la cresta de violencia alcanzó un pico que el gobernador Rubén Moreira calificó como ‘el tope’ de la inseguridad en la Región Sureste, en la Región Lagunera se tuvo un lapso que podríamos considerar como inédito, de cinco días sin una sola muerte violenta.

Entre la madrugada del jueves 8 y la noche del martes 14 en que se rompió la buena racha, el ‘muertómetro’ no se movió en La Laguna. Dentro de ese periodo, la violencia arreció en la capital del estado y se contabilizaron hasta siete muertes violentas relacionadas con la serie de balaceras y enfrentamientos entre grupos armados, y entre éstos y las corporaciones policiacas.

En términos reales y frente a la necesidad de recobrar instantáneamente la paz y la tranquilidad que se nos ha sido arrebatada de manera tan violenta, la intervención del gobernador Rubén Moreira pareciera no aportar mucho. Sin embargo para la solución de cualquier problema, y más de este que nos atañe a todos, el primer paso que hay que dar es el reconocimiento de la existencia del problema. Mientras que no se reconozca que existe, nadie le puede dar la solución.

Enterrar, ocultar o minimizar un problema tan delicado como el de la seguridad, fue lo que permitió que se incubara y creciera el problema de la violencia. Rubén Moreira, hablando en términos taurinos, ha tomado al toro por los cuernos, se ha parado en medio de la plaza y aguantado a pie juntillas a pesar de que las embestidas han sido violentas, y aun arriesgándose a la rechifla, abucheos y reclamo que pudieran llegar desde el tendido.

Cualquier asesor político del Gobernador, le aconsejaría que lanzara al ruedo a soportar las rechiflas a su vocero en materia de seguridad, Sergio Sisbeles, pero ha querido ser él, la cabeza de este estado, quien dé la cara con todo y los costos políticos que esta decisión pudiera implicar, y que no los está poniendo por encima de la seguridad y tranquilidad de sus gobernados.

Acepta lo que no muchos hacen, las exigencias legítimas de los ciudadanos, reconoce el apoyo que ha recibido del Ejército y la Marina Armada, no engaña porque se sincera cuando advierte que la situación no mejorará de un día para otro porque no hay fórmulas ni varitas mágicas para ello, aunque sí promete que esta cresta de la oleada de violencia tendrá que ir bajando “porque el Estado tiene la fuerza para enfrentar lo que está pasando”.
Como ciudadano me queda sin embargo una gran preocupación: la asesoría que en materia de seguridad, recibe de Jorge Tello Peón. Le comparto segmentos de la columna ‘Asesor de miedo’ escrita recientemente por el periodista Raymundo Rivapalacio Neri, y usted me dirá si hay sustento para mi preocupación:

“Tello Peón dirigió el Centro de Investigación para la Seguridad Nacional durante el gobierno de Ernesto Zedillo, y fue incapaz de resolver el secuestro de Fernando Gutiérrez Barrios, el arquetipo de policía político y ex secretario de Gobernación. En el gobierno de Vicente Fox lo nombraron subsecretario de Gobernación, responsable de los penales, y fue a él como responsable, a quien mientras visitaba el penal de máxima seguridad de Puente Grande, se le escapó un célebre prisionero, Joaquín “El Chapo” Guzmán”.

Hablando de los hechos del penal de Apodaca y refiriéndose al gobernador de Nuevo León, Rodrigo Medina, escribió: “(…) De hecho, ha sido incompetente en todo este campo desde el principio de su administración, al revés las recomendaciones que le hicieron para manejar el creciente problema del narcotráfico en Nuevo León. No le hizo caso a nadie dentro del gabinete federal de seguridad, y siguió el consejo de Jorge Tello Peón. Ahí están las consecuencias”.

“(…) Los controles del gobierno neoleonés probaron ser un desastre. Medina, sin ser culpable de ello es responsable. Hizo caso a quien no debía, y fue ciego ante las evidencias de incapacidad. Tello Peón, su asesor, resultó ser lo que ha sido hace más de una década, un cartucho quemado a quien la realidad lo rebasó. Se ha llevado en la corriente al gobernador, con una diferencia. A Tello Peón ni quien le pida cuentas. Pero a Medina las presiones lo están ahogando”.
Las razones de mi preocupación las expongo ahora, antes de, y no a toro pasado. Es mucho más honesto. Me parece.

Julián Parra Ibarra