Más agua a los frijoles
Julián Parra Ibarra
A mediados de enero pasado, justo a unos días de que el magnate Donald Trump asumiera la presidencia de los Estados Unidos, en la revista Metrópolis (https://issuu.com/revistametropolis/docs/metr__polis_enero_2017_61e25bb8faef3e) publicamos un trabajo que titulamos ‘¿Qué pasa si Trump cumple su amenaza?’, en relación a las ‘promesas’ vertidas a lo largo de su campaña sobre la intención de deportar a 11.3 millones de indocumentados durante su administración, 3 millones de ellos en su primer año, y preguntábamos dese entonces ¿Cómo sociedad y como Gobierno en México –el principal ‘proveedor’ de indocumentados al vecino país del norte- estamos preparados para recibirlos, atenderlos y cubrirles sus necesidades básicas?
Pasito a pasito, Trump ha ido cumpliendo cada una de las amenazas, aderezadas todas ellas de un anti mexicanismo acendrado: la deportación de una importante cantidad de latinos –mexicanos sobre todo- cuya estancia en los Estados Unidos era irregular, aún sin tener antecedentes criminales que se supone era una de las premisas; el inicio de la construcción del muro en la frontera con nuestro país; el pateo al avispero para intentar echar abajo el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) signado con México y Canadá; y ahora su decisión de echar abajo el programa de Acción Diferida para los llegados en la infancia, el famoso DACA, implementado en 2012 por el ex presidente Barack Obama para frenar las deportaciones de extranjeros indocumentados, ante la falta de consenso en el Congreso norteamericano para la implementación del Dream Act.
Alrededor de unos 900 mil jóvenes de los llamados ‘dreamers’ –unos 690 mil de ellos, de origen mexicano- podrían quedar en el desamparo si el Congreso deroga el DACA. El tema, ha venido originando una serie de las más diversas reacciones en varios estados de la Unión Americana, y por supuesto a nivel
federal y estatal en las entidades de nuestro país, dado que México es el principal emisor de indocumentados al país de las barras y las estrellas.
El discurso parece ser que aprobado y ensayado, es repetido por funcionarios y gobernantes mexicanos: que México estamos preparados para recibir a los Dreamers, que son jóvenes adultos que llegaron a los Estados Unidos siendo niños –en promedio a los seis años, pero los hubo desde meses hasta los de 12 y hasta los 15 años-, llevados por sus padres en calidad de indocumentados.
La mayoría de ellos han hecho toda su vida en los Estados Unidos, no conocen ni hay para ellos otra patria más que esa, saben que tienen orígenes mexicanos –o latinos- donde nacieron sus padres, pero ellos ya fueron educados, formados en una cultura distinta a la nuestra, aprendieron otro idioma que no es el nuestro, hicieron sus estudios allá, y que de manera definitiva, por iniciativa propia no les gustaría ni tienen la intención de ir a vivir al país de sus padres.
Muchos de ellos jamás han viajado a México -al que conocen por fotos y por las pláticas y referencias que les han dado sus padres-, y una eventual deportación a nuestro país, los colocaría en una tierra que para ellos no es la suya, a la que no conocen, donde se habla un idioma que –en muchos casos- no conocen ni dominan.
Una buena parte viajarían a pueblos en donde quizá ya ni siquiera encuentren familiares, y si los hay serían completos desconocidos para ellos. Llegarán sin papeles, porque aquí no tienen acta de nacimiento, ni identificación oficial, ni comprobantes de estudios porque no estudiaron aquí. Dice el gobierno mexicano que se abrirá un programa para revalidarles aquí los estudios realizados allá.
Pero hay además un punto adicional que incluir en el debate: la atención de los gobiernos, las organizaciones y empresarios está centrada en los ‘Dreamers’, los jóvenes adultos que según cálculos serían unos 690 de origen mexicano y que quedarían desamparados por la desaparición del Daca, ¿Pero qué pasa con el resto de los mexicanos que residen en Estados Unidos sin papeles y que se calculan en 11 millones más y que no son jóvenes estudiantes? ¿De verdad en México tenemos la capacidad para cubrir sus
más elementales necesidades en un eventual escenario de repatriación de tal cantidad de connacionales? De alimentación, de educación, de salud, de vivienda, de agua potable, de electricidad.
Sólo un pequeñísimo botón de muestra: Estimaciones de la FAO señalan que 43% de los alimentos que se consumen en México, son importados; es decir, que nuestro país no tiene siquiera la capacidad de producir lo que nos comemos los mexicanos que aquí vivimos. ¿Por lo menos sí contaremos con la suficiente agua para echarla a los frijoles, y que éstos nos rindan más para alimentar en un escenario hipotético a tal cantidad de inesperados visitantes?