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A LA BÁSCULA

Impredecible

Julián Parra Ibarra

Como nunca antes en la historia de Coahuila, la elección que está en puerta reviste una especial trascendencia, de ahí la gran importancia de la participación de los ciudadanos en la jornada del 4 de junio próximo. Esta no es una elección más, en esta elección se juega el futuro del Estado y con ello de quienes en él habitan.

Los electores encontrarán en la boleta una amplia baraja de opciones para poder decidir a quién le otorgan su sufragio y la confianza para que gobierne el estado –hablando de la elección para gobernador- por los siguientes seis años en tiempos en los que el mundo mismo y nuestro país no es la excepción, en muchos sentidos ha venido siendo convulso.

En las tres más recientes elecciones, a estas alturas de las campañas electorales en los hechos no se avistaba la posibilidad de sorpresa alguna, como no la hubo. Los candidatos del PRI marchaban en caballo de hacienda en el periodo mencionado, y llegaron a la gubernatura sin mayores sobresaltos Enrique Martínez y Martínez, Humberto Moreira Valdés y Rubén Moreira Valdez. Los damnificados fueron sucesivamente tres laguneros de origen panista: Juan Antonio García Villa, Jorge Zermeño Infante y Guillermo Anaya Llamas.

En esta ocasión todo parece indicar que el sueño largamente acariciado en la Comarca, de tener un gobernador lagunero, por fin se va a cumplir -salvo que ocurra una catástrofe, lo cual es muy poco probable-. Cuatro comarcanos estarán en las boletas para elegir gobernador: el priista Miguel Ángel Riquelme Solís; otra vez el panista Guillermo Anaya Llamas; el independiente Javier Guerrero; y el ex panista, frustrado independiente y ahora petista, José Ángel Pérez Hernández. Todo indica que de entre este grupo surgirá el próximo gobernador de Coahuila.

Los otros nombres que aparecerán en la boleta son la perredista Mary Thelma Guajardo; el morenista Armando Guadiana Tijerina y el independiente Lucho Salinas. De toda esta baraja, por lo menos un par se

dice que entraron a la contienda más que con el afán de competir, con la misión de pulverizar el voto con la intención de beneficiar a unos y restarle sufragios a otros.

Por ello el elector tiene el compromiso y la obligación de conocer a fondo los perfiles de los candidatos, la trayectoria que cada uno de ellos ha tenido sobre todo en el andar del camino político, informarse sobre sus antecedentes, y los resultados que han ofrecido como funcionarios. Sus decisiones tienen que ser tiros de precisión. No se puede jugar con el futuro de Coahuila.

Históricamente los partidos antes de arrancar las elecciones sacaban cuentas con base en su ‘voto duro’ y de ahí se hacía el cálculo considerando el promedio de participación ciudadana. Actualmente el ‘voto duro’ de los partidos ya no alcanza para ganar gubernaturas, y además de éste hoy se tiene que conquistar el voto de una importante porción de los llamados ‘ciudadanos sin partido’.

En estos tiempos nadie puede asegurar que tiene ganada una elección. El año anterior el entonces presidente del PRI, Manlio Fabio Beltrones, se aventuró a decir que iban a ganar 10 de las 12 gubernaturas en juego, y la oposición les ganó en siete estados, lo que le costó el puesto como dirigente nacional priista.

En este 2017 solamente hay tres gubernaturas en juego: el Estado de México, Coahuila y Nayarit, y las cosas apuntan que los resultados de estas marcarán el rumbo de la elección presidencial de 2018, por ello los partidos quieren ir por todo el pastel, aunque en ninguna de las tres entidades el panorama es lo suficientemente claro para ninguno, de tal forma que se pudiera avistar un eventual ganador.

En los tiempos recientes el comportamiento del electorado ha venido siendo veleidoso, y si me apura usted un poco, hasta belicoso. Hoy sobre todo para las casas encuestadoras de manera especial, resulta sumamente complicado predecir el sentido real en el que la masa pudiera orientar su voto; pero además lo belicoso viene a cuento porque –ya ha dado muestras de ello- le apuestan a lo desconocido en aras de premiar o castigar a partidos y candidatos.

Con todo y lo que digan las encuestas, las mediciones, los cartomancianos, los brujos y hasta los oraculeros, la que está en puerta es una elección que se antoja impredecible porque la pulverización del voto por tantos aspirantes supone la pérdida de votos para los principales aspirantes, y aunque muchos ya han hecho cálculos de a dónde irán a dar los sufragios volátiles, lo cierto que –otra vez- la posición, la reacción y la actuación de los votantes, es totalmente impredecible.