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A LA BÁSCULA

¿Qué pasó?

Julián Parra Ibarra

La cantidad de opiniones que se han vertido en torno a lo que ocurrió el pasado domingo 5 de junio en las elecciones en las que se renovó la gubernatura en 12 Estados del País, es igual al número de personas que las han emitido: ciudadanos de a pie, estudiantes, amas de casa, obreros, catedráticos, analistas políticos, líderes de opinión. Cada uno tiene su propia visión de lo que ocurrió aquella tarde de domingo que debió haber sido negra para el priismo nacional, y más para su líder Manlio Fabio Beltrones, que había lanzado el reto de que ganarían al menos nueve gubernaturas –el número de estados gobernados por su partido entre los que tendrían elección-, pero desde su pronunciamiento, sonó a balandronada.

El propio Manlio en un primer momento, intentando encontrar una salida a la frustración que le provocó el que se nombre quedará fuera de las boletas electorales en la elección del 2018, dijo que su partido no descartaba impugnar las elecciones en al menos seis entidades, casualmente en las que le ganó la Oposición.

Ya se dijo, se habló, se escribió mucho de que fue la corrupción, los malos gobiernos locales y nacional, y hasta se dijo que fue la Iglesia la responsable de la caída del PRI al promover el voto en contra de quienes había propuesto –vía el presidente Enrique Peña Nieto-, los matrimonios igualitarios, entre personas del mismo sexo.

Sin embargo, me parece que no es un mismo patrón de conducta el que siguieron los electores de Quintana Roo -por ejemplo-, que el de los habitantes de Chihuahua, Tamaulipas, Veracruz o Durango. En cada entidad la problemática local fue determinante al momento de tomar la decisión en los pocos segundos que cada persona permaneció bajo la mampara.

En Durango por ejemplo, el (todavía) gobernador Jorge Herrera Caldera no enfrenta señalamientos tan escandalosos de corrupción como sí los Duartes,

Javier de Veracruz y César de Chihuahua, pero acá se tiene su propia problemática porque al mandatario saliente se lo comió su propia soberbia y prepotencia, sus mentiras y cinismo que le hicieron enredarse y tropezar con su propia lengua, la insensibilidad y valemadrismo que siempre le caracterizaron en los temas de seguridad en general y de acompañamiento en los problemas de los municipios, sobre todo a sabiendas que durante su administración, éstos no sólo no recibieron su ayuda, sino que fueron despojados del manejo de sus principales fuentes de ingresos propios.

La mediocridad y su falta de carácter, le llevaron a soportar al menos la mitad de su mandato seguir atado al cordón umbilical de su antecesor en el puesto y quien tras bambalinas era el que seguía moviendo los hilos-, y cuando se decidió a romper esos lazos fue con la peor de las estrategias. Terminó confrontado con dos de los principales grupos políticos del Estado cuando encarceló sin ningún fundamento legal a dos ex alcaldes: Octaviano Rendón Arce –de Gómez Palacio- y Adan Soria –de Durango capital-, como la única forma de demostrar que era él quien tenía las riendas del Estado, y nadie más. En la elección intermedia dejó fuera a todos los grupos y creyó que tres años después haría lo mismo, pero el tiro le salió por la culata.

En el caso de La Laguna la abandonó a su suerte y la dejó en manos de la DEI, fue insensible cuando se registró una oleada de violaciones de mujeres en Gómez Palacio y Ciudad Lerdo. A La Laguna le mintió, le jugó el dedo en la boca y se burló de ello, vino y tomó posesión a Gómez Palacio para agradecer que gracias al voto de los laguneros había llegado a la gubernatura y que por ello a La Laguna le había ‘llegado su tiempo’; a la mitad del camino dijo que venían los mejores tres años para La Laguna, y en cambio -no sólo no le dio, sino que- le despojó del ingreso del Impuesto Predial, del cobro por la venta de permisos para circular, y hasta los recursos que administraba el OSPI (Obras y Servicios del Parque Industrial) de Gómez Palacio les quitó.

Y luego, cuando se presentaba la posibilidad de que por primera ocasión en la historia se presentara una candidatura de esta parte del Estado, le asestó un severo y traidor golpe a La Laguna, despojando de la candidatura natural a Lety

Herrera, para imponer a su delfín Esteban Villegas Villarreal, a quien nadie conocía en el resto del estado salvo en la capital del Estado, pero donde la población lo repudió siempre por el mediocre papel que desempeñó como alcalde capitalino.

La derrota del PRI en Durango –al menos para los duranguenses- no tuvo nada de sorpresiva, porque además la batalla por la alternancia tiene al menos una década, y en ella tuvieron que ver muchos personajes, algunos que ya partieron como don Regulo Esquivel, Octaviano Rendón Arce, Augusto Ávalos Longoria, pero mencionar solo a algunos.

Lo que pasó en Durango el 5 de junio estaba totalmente predecible, y el tiempo y los hechos nos dieron la razón de la advertencia lanzada desde hace más de un año, que Herrera Caldera se iba acotando él solo su espacio y margen de maniobra, por lo que al final le quedarían solo dos sopas: o accedía a la candidatura de Lety Herrera para sucederlo en el cargo, o iba a terminar por entregar el estado a la Oposición.

Jorge Herrera optó por lo segundo. Prefirió entregarle el estado al PAN, antes que permitir que una lagunera le sucediera en el cargo.