viernes, noviembre 29, 2024
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A LA BÁSCULA

Mi amigo Don Mario

Julián Parra Ibarra

Hace alrededor de una semana partió de este mundo don Mario Vázquez Raña, un hombre trascendental en el olimpismo mundial y el deporte nacional, indudablemente; también un personaje importante en el mundo de los diarios impresos del país. Por ello, solicito permiso al lector para contar –como lo prometí a principios de semana- una anécdota que me llevó a trabajar en uno de sus diarios, el periódico deportivo Esto.

En los inicios de mi carrera en los medios, me establecí una serie de metas después de haber transitado como colaborador en el periódico Noticias y posteriormente como reportero en La Opinión, en ambos en el área deportiva. Fijé un determinado tiempo de permanencia en La Laguna, y enseguida debía buscar una oportunidad en El Norte, de Monterrey; y enseguida en el Esto, en la Ciudad de México…luego buscaría un lugar en algún medio en los Estados Unidos.

Los primeros dos los cumplí en tiempo y forma, y el tercero por cuestiones familiares no me fue posible ya ni siquiera intentarlo. Al diario El Norte llegué por invitación de Gerardo Gutiérrez, con quien ya tenía algunos años de mantener una relación profesional. Sin embargo para lograr el segundo objetivo la cosa era más complicada porque en el Esto no tenía un solo conocido.

Mi relación con los medios de la capital del país habían sido con el Novedades primero, y el Ovaciones después -de los que algún tiempo tuve su corresponsalía- pero cuando tomé la decisión de buscar una oportunidad en el DF ya el Novedades había desaparecido o estaba en ese proceso, así que la única opción que me quedaba era Ovaciones, donde  además el director de deportes era el torreonense Carlos Fernando García de tan gratísimos recuerdos.

Aproveché un periodo vacacional en La Opinión para ir a la Ciudad de México en busca de la oportunidad soñada, y ante la única posibilidad real que tenía, busqué en Ovaciones el espacio anhelado. Una semana completa de ir todos los días a mañana y tarde, incluyendo un domingo en el que como –se suponía-, parte de mis pruebas para calificar mi ingreso, cubrí y me publicaron al día siguiente la nota una carrera de Karts, en el Kartódromo de Cuautitlán Izcalli.

Se agotaba el tiempo y no había una respuesta positiva a mi solicitud de empleo. En mi último día de estancia en el DF, dispuesto a jugarme el todo por el todo para no regresar con las manos vacías, pregunté que dónde estaban las oficinas del Esto, que ni siquiera sabía dónde estaba ubicado, y tras la orientación, me apersoné en el edificio de la Organización Editorial Mexicana (OEM), pregunté al guardia de la entrada principal por don Mario Vázquez Raña.

¿Tiene cita con él? Me preguntó. Sí, le dije. Tomó el auricular del conmutador y habló con la secretaria de toda la vida de don Mario –de la que se  me escapa el nombre-, y le anunció que en la puerta estaba el señor Julián Parra, que tenía cita con Don Mario. Después de colgar me preguntó si sabía dónde era la oficina del ‘patrón’, y ante mi negativa me guió por un largo pasillo a mitad del cual apareció la figura de la secretaria del señor Vázquez Raña, que fue a recibirme.

¿Cómo está, señor Parra, tenía cita con don Mario? Me interrogó, y antes de que yo pudiera contestarle me dijo: Le ofrezco una disculpa a nombre de don Mario, pero se tuvo que retirar de emergencia, de hecho va al aeropuerto, porque va a salir del país; pero pásele, a sus órdenes, en que puedo servirle. Le agradecí y le dije que Don Mario y yo éramos amigos, que iba de Torreón y que recurría a él porque estaba en busca de una oportunidad en la capital.

No se preocupe, me respondió, permítame. Tomó el teléfono, y marcó: Memo, cómo estás, oye está aquí conmigo el señor Julián Parra, viene de Torreón y es muy amigo de Don Mario ¿lo puedes atender por favor? Colgó y me pidió que la siguiera, me condujo hasta la oficina del licenciado Guillermo Chao Ebergenyi –vicepresidente de la OEM-, que era quien me iba a atender.

Pásale, Julián, cómo estás, me saludó de entrada con una gran familiaridad el licenciado Chao. Siéntate, qué andas haciendo. Y otra vez repetí la historia, que don Mario y yo éramos amigos, que iba de Torreón y que quería probar suerte en la capital. Tras su siguiente pregunta le dije que trabajaba en el periódico La Opinión en el área de deportes. No te preocupes –me comentó- Mario tuvo que salir, pero ahorita lo resolvemos.

Me pidió un momento y levantó su teléfono, marcó alguna extensión interna ¿Nacho? Nacho, aquí está conmigo el señor Julián Parra gran amigo mío y de Mario, y necesitamos que le abras un espacio en el Esto, es reportero deportivo, vamos para allá, lo acompaño para presentártelo. Llegamos al área de redacción y un hombre de lentes de fondo de botella que aporreaba con increíble velocidad una de las primeras computadoras que trabajaban con el sistema MS-DOS, volteó de reojo sin dejar de escribir. Sí, aquí déjamelo, ahorita lo atiendo, dijo, y el licenciado Chao se despidió de mí, dejándome con Ignacio Matus.

Una semana después, comencé a trabajar en el Esto, como reportero de futbol tenía signada la fuente de los Pumas del UNAM. Tras apenas unos meses de estadía en el diario, me vi obligado a regresar por razones económicas. Casualmente mi último día en el diario coincidió con que se convocó a una reunión general en el área de redacción.

Don Mario Vázquez Raña nos anunció que dejaba la dirección de la empresa, y nos presentó a su hijo Mauricio que era el que a partir de ese día sería el responsable del grupo editorial más grande de México.

Esa fue la primera, la última, la única vez en mi vida que vi a don Mario Vázquez Raña. Jamás cruce palabra con él, y sin que él se diera cuenta le agradecí mentalmente el haber podido cumplir mi sueño de trabajar en el Esto, y recordé mi determinación de aquél día, el último de aquél periodo vacacional en el DF, y en el que me dije que me iba a jugar el todo por el todo pero no me iba a regresar con las manos vacías. En realidad Don Mario y yo nunca fuimos amigos, nunca nos conocimos, pero el argumento de mi amistad con él, me permitió alcanzar uno de mis sueños en mi vida profesional.

Descanse en paz Don Mario, y un abrazo hasta donde quiera que se encuentre. Gracias por haberme dado la oportunidad de cumplir uno de mis más grandes sueños, en los años del mayor ímpetu de la juventud.

laotraplana@gmail.com

Twitter: @JulianParraIba